En «El Antillano» se hace un juicio injusto sobre nuestra enajenación con los «próceres» y su valor histórico, mientras se marca una diferencia con los habitantes de los otros países.
En «El Antillano» se hace un juicio injusto sobre nuestra enajenación con los «próceres» y su valor histórico, mientras se marca una diferencia con los habitantes de los otros países.
Lo menos que necesita cualquier país son partidos políticos sin norte ni rumbo. Desgraciadamente esto es lo único que ofrece la “clase política” puertorriqueña y los que aspiran a “colarse” allí.
Basta con que los más de 400,000 puertorriqueños que anhelan y favorecen esa solución política soberana vayan despejando mitos, miedos y confusiones potenciales –y todo tipo de fantasmas– que se le habrán de venir encima.
Los que más preocupan son quienes dudan por completo de la capacidad de ellos mismos y de los demás puertorriqueños para superar el “miedo al cambio” o para vivir “sin las ayudas estadounidenses a las cuales estamos acostumbrados”.
Senadores populares concluyen que «la colonia, tal y como la hemos conocido desde mediados del siglo pasado, tiene que erradicarse porque no representa una alternativa de transformación social».
Puerto Rico sería un estado mendigo, una carga para un gobierno federal que tampoco está en su mejor momento. A la luz de la experiencia histórica, nada va a pasar con las iniciativas de status.
Derechos, moralismo político y política despolitizada
De la moral productivista de aquella época nació la sociedad consumerista de ésta y a la sombra de la Constitución surgió un pueblo enajenado de sus derechos ciudadanos.
Una voluntad de auto-destrucción impregna hoy todo el tejido social, y se traduce, día a día, en el letargo del ánimo, los suicidios, la violencia criminal, la parálisis institucional, la imbecilidad y el ensimismamiento.