En los años 60 en París, Alejandra Pizarnik dialoga con las corrientes teóricas de su tiempo, fusionando estructuras, desafiando la lógica binaria occidental y revelando la impotencia de la palabra. En esta parte del escrito el texto conecta con la influencia de Mallarmé y Barthes en su poesía, explorando la certeza de que la palabra poética, erigida por Mallarmé como creadora, desaparece y con ella, también se desdibuja la identidad de Alejandra. Su obra, enraizada en surrealismos, existencialismo y neobarroco, escapa a etiquetas, explorando la muerte, el deseo y la creación poética como acto esencialmente barroco.